“Trasero aloca ministro”

PERÚ. ALDAHUAYLAS-ABANCAY. El largo caminar entre Lima y Cuzco cubría hoy el trayecto Andahuaylas-Abancay. Nos subimos al bus temprano. El paisaje empieza a discurrir hermoso y llenos de matices que sugieren la calidad de una aguada. Un viajero a mi izquierda está enfrascado en las páginas de un enorme periódico en cuya portada, a grandes titulares, ocupando media página, puede leerse: “Su trasero aloca ministro”. Habíamos dejado hacía un rato Andahuaylas y comentábamos el alocamiento del señor ministro del Perú, a quien algún lindo trasero había de haberle hecho perder la compostura. Y es que el señor ministro no es un raro, el trasero es una de las cosas más bellas y excitantes que Dios Padre puso en esta tierra de hombres y mujeres. No hace falta ser muy sagaz para imaginar las posibilidades que esa combinación de belleza, de cosa ininteligible y deseosa puede provocar en la hipófisis. Combinaciones explosivas y tiernas cuyo conocimiento y contacto, de haber sustituido en nuestra tierna infancia a aquel otro del catecismo Ripalda, habría hecho posible en el homo sapiens una sabiduría de mucho más grosor y consistencia.

Pedriza de Manzanares

Traseros; redondos, suaves, adaptadas sus curvas al movimiento natural de las manos que acarician y que gustan describir lentas circunnavegaciones; y como el bus de hoy, adentrarse en los valles, atravesar los prados, subir y bajar por las lomas.

Hoy el paisaje está lleno de caderas, de largas y verdes espaldas, de alguna que otra hondonada donde se anuncia el ombligo, de algún que otro muslo desnudo por donde campea una niebla azulada que hace más vivo el color de la carne, tostada como después de un largo verano de playa. La umbría de las nalgas, abajo, deslizándose hacia la quebrada oscura del valle de Loinnombrable, rincón recoleto, puerta loca de la imaginación, juega en mi curiosidad viajera esta mañana el papel de la rocalla en donde cantaban las sirenas homéricas.

Divina capacidad esa de alocarse con un trasero, señor ministro.

Y el viaje continúa, hoy, casual e inesperadamente como un regalo para la vista; la carretera semejante a una avioneta que diera vueltas y más vueltas acariciando las laderas, una, otra, cien, sobrevolando los valles y altas montañas encopetadas de nubes y nieve. Primero fueron laderas labradas asomadas a la reciente madrugada con las filigranas de miniaturas de hileras de habas y papas; paisaje ajedrezado donde el amarillo del trigo y las verduras parecen componer un cuadro cuya armonía merece las paredes de un museo. Después vinieron montañas más agrestes, empericotadas cresterías azules al fondo, la carretera como una línea insinuada en el ocriverde vertical de las laderas.

Viaje de andar por las nubes y de ajetreo autobusero, que deja en la mañana la curiosidad latente de conocer in situ ese trasero que ayer mismo volvió loco al señor ministro del Perú.

Cercanías de Aldahuaylas