En este trayecto leía Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos. Un canto a la tierra que atravesamos entre Barinas y San Fernando de Apure. La cultura “de la barbarie tiene sus encantos, es algo hermoso que vale la pena vivirlo, es la plenitud del hombre rebelde a toda limitación”. Recordar las tierras de Doña Bárbara, el espacio físico en que Rómulo Gallegos colocó las ambiciones de un personaje que quería todo El Llano para ella sola y que utilizaba recursos no del todo diferente a los que usan el cinismo institucionalizado de nuestros regidores. Habíamos descendido de las alturas de los Andes y corríamos por el calor húmedo de El Llano.
Plena noche, autobús herrumbroso, carreteras sembradas de profundos hoyos; Venezuela, un inmenso plano que linda al oeste con los Andes, al norte con el mar Caribe y las montañas costeras, y que el río Orinoco corta en alguna parte para dar paso a
Era tarde de correspondencia, el ajetreado traqueteo del autobús no me impidió aprovechar la circunstancia de un bello crepúsculo para escribir a
Desde los
Atravesamos la inmensidad verde inundado por las lluvias torrenciales de los últimos días. Los pensamientos, como siempre, van de aquí para allá, escribir en el bloc no es fácil con el traqueteo, pero no quiero dejar pasar estos deseos que a veces me entran de concretar en palabras lo que me sugiere el momento.
El crepúsculo se acerca, el campo, convertido en un espejo discontinuo donde se mira el último sol, se va apagando poco a poco. Ahora el conductor del bus tiene que ir espantando a golpe de claxon a las garzas que invaden
Hoy, los recuerdos son como una bebida fresca al final de una tarde de verano mientras sentados contemplamos jugar a las olas en alguna playa solitaria del norte. ¡Cielos, qué bonito está esto!
Se me va la luz, esta tierra, gemela de la Pampa argentina, sólo se quiebra hacia el sur en el comienzo de la Amazonia.
Ahora el aire acondicionado vuelve a vibrar aparatoso mientras yo recuerdo, me aproximo a los ayes de este verano. Siempre mujeres, mujeres, el gemido poderoso de ellas como si estuvieran solas en mitad de la noche; puro estado místico de encuentro con Dios, el falo divino entre los muslos, la irresistible fusión contemplativa que yace en el centro de la noche oscura del alma. Y pienso en Santa Teresa de Jesús que rezaba sola, pero que buscaba el falo de Dios con la obsesión de una loca que hubiera descubierto la razón primera y no pudiera desprenderse nunca más del calor que la daga divina había inseminado en el rincón más íntimo de sí misma. Aquel mi amor desfalleciente, resbalando en una mañana llena de rocío, como una perla, por el envés de las hojas de los minutos de la madrugada, susurro místico y mítico, bailando como una pella de oro líquido en las aguas de los templos, en las habitaciones de los hoteles de todo el mundo, las yacijas, las camas de los hogares, los prados húmedos, las arenas de las playas, el agua tibia del mar, en el supermercado, como en la película de Woody Allen, en que por no ser capaz de vencer el rubor de esta religiosidad de cuño universal refugia a su personaje, él mismo, en la treta del esperpento.
Entiendo que algo se ha desformado esta mística del encuentro en el otro, pero sólo en apariencia, porque el flujo y el semen siguen expresándose unívocamente, siguen hablando de esa noche oscura hacia la que nos sentimos arrastrados todos como si una ley newtiana gobernara la fuerza gravitatoria de nuestros deseos.
No sería justo dejar de incluir aquí estos versos que aunque no tengan que ver con el paisaje, fueron la materia que salió de mis manos mientras el paisaje andino daba lugar al llano frente a la ventanilla de nuestra buseta.
CANTO A TI MISMA
Yo amo esa cosa de tu cuerpo,
el cuerpo azul que balancea desnudo los brazos
y deja la línea curva de tu vientre
tensa como un arco,
el intenso azul de tu cuerpo erguido
de tu paso enérgico
a caballo entre la instrucción y el ballet.
Tengo que decirte
que yo amo estas cosas,
pensarlas me emborracha
me llena el cuerpo de mujer y lluvia.
Necesitaría alimentar cada segundo del día
con el plano firme de tu andar,
firmes tus muslos
como tronco divino que sacara pecho
frente a la bravura de un mar
roto bajo tus pies
como un homenaje a la libertad y a la ternura.
Cuerpo azul, cuerpo esbelto, cuerpo de mujer,
Te quiero.
Hoy persigo en la forma de tus labios
el sentido de todas las cosas,
el fuego que todo lo purifica,
la luz tenue de un tiempo
en donde los brazos de una mujer
son el cobijo de mi alegría,
de mi pena.
¡Ah! ¡Y verte bailar en la luz azul del crepúsculo!
la danza ritual que un día olvidamos,
estremecedoramente nuestra, mía,
en la tierra primigenia de los ancestros,
tu sonrisa bailando en lo alto,
la gracia de tus movimientos seductores
llenando el aire, arroyando
con su blanca espuma de mar remoto
mi cuerpo entero
mi sed gratificada.
Tú, mi fuente,
cobijo, útero de mis tristezas más queridas;
deja que te mire,
que beba de ti,
amor,
antes de que la sombra gris del crepúsculo
se estire entre nosotros,
deja que contemple tu cuello desnudo,
tu espalda rodando como un estandarte
hacia la curva única de tu cintura
y tus nalgas de melocotón perfumado,
deja que mi curiosidad de niño
juegue con la cueva oscura de tus muslos,
plantados ahí, ya lo dije,
columnas de Hércules,
más allá de las cuales estás tú misma,
el alma gemela que yo busco.
Déjame mirarte,
déjame penetrar en ti
porque ¿cómo entrar en mí sin entrar en ti,
mirarme yo mismo sin el espejo de tu mirada, de tu sexo?
¿Cómo podré saber que soy yo
si no tengo la superficie clara de tu cuerdo
en donde mirarme?
Escúchame,
el lienzo azul sobre el que te vi caminar
está lleno de la fragancia de tu presencia envolvente.
Penetrar la oscuridad
el infinito,
el azul inconfundible de la muerte,
reposar al fin en tus brazos para siempre.