Puebla

“Y sin misterio nuestro amor carecería de interés” Los años con Laura Díaz, Carlos Fuentes.

Un misterio los otros; misterio al que no conviene visitar en su profundidad. Conocer excesivamente al otro debilita la tensión de atracción que el otro nos suscita.

O quizás vivir el engaño de ese supuesto misterio, porque en rodearlo y en indagarlo está esa parte del otro que nos cautivará; y porque incluso no habiendo misterio no por ello dejará de existir el juego lúdico e inteligente de ejercitar nuestras facultades y de crear el esplendor de una concatenación de tensiones que sólo tendrán su existencia si creemos en él. Lo que suceda entre el movimiento del primer peón y la complejidad de la partida avanzada será patrimonio único del jugador. El misterio desvelado, la defenestración del rey, sólo tiene el interés anecdótico de la suerte echada.

Pero nosotros, hombres prácticos, queremos hechos tangibles, misterios desvelados... ¡pobres!

Y sin embargo el amor se nutre de una importante dosis de misterio. Lo testimonia Carlos Fuentes mientras nuestro autobús se dirige hacia el sur con destino a Puebla.

Es un buen tema ¿no te parece?, le escribía yo en aquellos días a mi ex-novia, cuando tú preguntas ¿qué es lo que hace que uno nos fijemos en otro?, dejas siempre al interlocutor en un aprieto. Algo así como si en el hecho de querer nombrar las cosas, sus razones de ser, ellas mismas perdieran algo de misterio, ese gusto que tienen las personas, su historia por vivir en la ambigüedad, en lo no definido. No, no parece que sea bueno, ni posible, enamorarse de alguien sobre la base de un conocimiento pleno. El misterio, nuestros yoes desplegados lentamente sobre el tapiz del tiempo, nuestros yoes que somos hoy y los que seremos mañana, pasado mañana, deberían ir alimentando la curiosidad del otro a pequeños sorbos, bebidos como el buen vino, sin permitir que la botella se acabe nunca. Eso que asegura Laura Díaz en el comienzo de la entrada de hoy: “sin misterio nuestro amor carecería de interés”.

Cinco horas y media de autobús, el gusto de viajar: dormir, leer, pensar, mirar el paisaje.

Y leo: “Era imposible atribuirle misterio alguno a este “lagartijo” pasado de moda, modificado y banal...”

Y más adelante, cuando Laura impone una severa distancia entre ellos, ella dice: “—¿No entiendes? No quise que nuestra relación se enfriase en la costumbre... no quise que la poesía se convirtiese en prosa”

Puebla tiene un cierto aire a Florencia, sobre todo en esta tarde de nubes a la aguada que rondan el cielo jugando con las cúpulas neoclásicas de dos iglesias que sobresalen por encima de las azoteas.

Victoria habla del Comandante Marcos, de Chiapas, de literatura, una entrevista que deriva hoy hacia el Juan de Mairena, de Machado. Guardo algunos recuerdos de las lecciones de Mairena. Estoy deseando leer su librito, nos lo intercambiaremos, yo le daré a cambio a Carlos Fuentes. Nos acercamos a Chiapas y puede ser una buena lectura para entrar en situación. El camino enseña, el viajar abre los poros de la piel para que penetre el aire del mundo y dejemos de ser unos peludos chovinistas.

Es una bella ciudad ésta. Hemos encontrado un trajín cultural inesperado. Esta mañana una sesión de bailes regionales y otra de un cantautor local. El lunes nos vamos a Cholula, una excursión de un día. Una enorme pirámide que sigue en altura a la de Keops. Una visita obligada.




Paseo por Cholula y labor de fotógrafo, fondos de vieja mampostería que me recordaron las encantadoras callejuelas de Benarés. Una verja de hierro, una escalera, pero... le faltaba algo al escenario; me di una vuelta, localicé a un niño moreno que venía ni al pelo, dudé, pero al final me decidí, les pedí el favor a los padres y ahora sí, ahora el cuadro quedaba completo, el niño se columpiaba en los barrotes de hierro frente a una gama tonal de las ciudades de la India. Son exquisitamente amables estos mejicanos.