Manaus

Boa Vista. Brasil. Volvemos a vacunarnos contra la fiebre amarilla, estamos inmunizados desde hace años, en Bolivia, pero, como es costumbre nuestra, perdimos la tarjeta de vacunación y sin ella no se pude entrar en el país. De paso nos meten en el cuerpo un pinchacito de sarampión.

Acogida deliciosa en Brasil: en la primera parada del bus en tierra brasilera, pido en el bar dos cafés y no me los quieren cobrar: por cortesía, me dicen. Entablo conversación con un hombre que va también a Boa Vista, Cuando, horas después estamos sentados en la estación, aparece con un libro sobre un tema del que conversaron durante el viaje y que ha comprado en el centro de la ciudad, se lo dedica.

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Manaus

A través de las ventanas de la habitación del hotel se ve el Amazonas velado por la luz cercana del atardecer. Los grandes cuerpos de los zamuros (de envergadura similar a los buitres y algo más grandes que los zopilotes de Centroamérica) reposan en las ramas someras de los árboles junto a la orilla. Nos acogemos a la benevolencia del aire acondicionado, gran invento del que yo había olvidado las enormes ventajas desde el viaje a China. Manaus es un horno.

Hemos cumplido dos días de viaje ininterrumpido desde la cuenca del Orinóco a la del Amazonas. Llegamos a las seis de la mañana a Manaus, nos vamos de cabeza al muelle a ver las conexiones antes de tomar hotel. Entre las opciones del avión y el barco optamos por la que mejor se adapta a nuestro gusto y a nuestro presupuesto: la continuación del viaje por el río. Compraremos una hamaca cada uno y viviremos en la borda durante cinco días y cinco noches, hasta Tabatinga; desde allí probablemente haya que sumar tres días más hasta Iquitos. Llevamos el macuto lleno de libros, no hay peligro.

Mi compañero de viaje de ayer fue Paulo Coelho, “El alquimista”, un libro que compré con recelo porque en las librerías de Ciudad Bolívar no había mucho más, pero que viene a sumarse, otro más, al discurso de las preguntas fundamentales. Recuerdo que tiempo atrás veía esta clase de libros con reticencia, como lecturas muy lejanas a mi propia experiencia, como colección de fórmulas de bien vivir ara nuestra apresurada civilización. Cuando en mis lecturas me encontraba con la Kábala, con la fracmasonería (recuerdo a Tolstoi) soportaba aquello como parte del material de acompañamiento. El libro de Coelho, que no me va a durar por lo demás el día y medio, me ha reconciliado en parte con estas cosas. Un librito elemental de divulgación escrito en forma de parábola que aunque literariamente no vaya muy allá puede ponerse en las estanterías junto a Juan Salvador Gaviota, El Principito, o cercano a aquellos otros que indagan sobre los grandes porqués.

Las conexiones con el Tao y con el budismo afloran por todos los lados: “Tengo el presente, y eso es lo que me interesa. Si puedes permanecer en el presente serás un hombre feliz”; y: “Cuando deseas algo con todo corazón, estás más próximo al Alma del Mundo”; o: “Si la caravana llegaba frente a una roca, la contorneaba; si se encontraba frente a una montaña, daba una larga vuelta. Si la arena era demasiado fina para los cascos de los camellos, buscaban un lugar donde fuera más resistente”.

El caso es que ayer, camino de Boa Vista, andaba metido en la lectura y un pasajero con el que ya había hablado un buen rato, encontró el cielo abierto cuando vio el libro que tenía entre las manos. Me dio en el hombro con la mano y en seguida quiso mostrar su solidaridad lectora (ese algo que nos pone en sintonía con el otro cuando descubrimos a alguien en el tren de cercanías o en el metro metido en alguna de nuestras lecturas favoritas). Dijo conocer todos los libros de Paulo Coelho. Ni sé como logramos entendernos utilizando el brasileiro y el español como sistema de comunicación. Fue una conversación sorprendentemente lúcida, así, de golpe, en torno a la educación, la filosofía de la vida. Este hombre había despegado, decía él, hacia un nivel de conciencia superior a partir de la asociación de Alcohólicos Anónimos, que parece, aquí en Latinoamérica, una organización de amplias repercusiones humanas y culturales (en Cuba también conversamos con otro individuo que trabaja en ella). Al final me empezó a hablar de Papillon, de quien yo conocía poco más que el nombre (vivió treinta años en las tribus indígenas de esta parte del país) y, lo hizo de tal manera que logró interesarme en el asunto. En la terminal de buses de Boa Vista nos despedimos.

Después en la sala de espera me dediqué a ultimar vuestro correo para dejarlos bien puestos en un disquete, mientras al lado me daba palique un hombre fornido de largas barbas que se empeñaba con un lenguaje brioso en destapar la caja de los truenos contra los venezolanos. En algún momento pude escabullirme. Cuando estaba cerrando el portátil veo acercarse a nuestro compañero de viaje con un libro en la mano. Había hecho los tres kilómetros a la ciudad, había comprado el libro de que me habló durante el viaje, y había vuelto hasta la terminal para regalármelo. Me encanta que me regalen libros, pero esto era verdaderamente inesperado: muito obrigado! En alguna ciudad de Irán también me regalaron un libro, en aquella ocasión, después de hablar apasionadamente frente a la mezquita, sobre la influencia islámica en la España medieval. El libro era una versión en inglés del Corán.

Cansado o no, lo cierto es que esto es una realidad particularmente propicia para entrar con disposición en cierto número de temas; te das de bruces con la gente en todo momento, la calle te cuestiona, se entiende mejor la universalidad de nuestros sentimientos, es más fácil relativizar nuestras quejas contra el mundo y comprender lo infinitamente insignificantes que somos dentro del hormiguero humano.

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Nuestro recorrido turístico consistió en ver las escalinatas del Teatro Amazonas por donde Fitzcarraldo sube precipitadamente despues de un largo viaje desde Iquitos para oír a Caruso. Los señores del caucho construyeron despues de la mitad del siglo XIX uno de los mejores teatros de opera del mundo en un remoto lugar de la selva que no superaba los veinte mil habitantes. Marmoles de Carrara, maderas nobles tratadas en Europa, vidrios de Venecia, pintores italianos de nombradía fueron empleados con el empeño de reproducir aquel otro de la Scala de Milano. Un ejemplo como el de Potosi en el periodo anterior. Los señores del dinero son capaces de reproducir su sistema de vida aunque sea en la Luna. Por otra parte nada que censurar, sin los señores del dinero nuestro patrimonio cultural probablemente habria quedado en paños menores. La locura de Fitzcarraldo es un ejemplo mas de la locura que debe recorrer de vez en cuando las venas del mundo para que éste ennoblezca su constitucion mineral y vegetal.

Dentro de un par de horas zarpamos, rememoraremos las historias de Mark Twain con su Huchleberry Fink, miraremos el agua y la linde de los arboles desfilar durante un puñado de dias. Libros, hamaca y el rio en el que descansar los ojos.