Teotihuacan, Taxco



Teotihuacan

Excursión a Teotihuacan. Nos sorprendió la tormenta descendiendo de la Pirámide del Sol. Las paredes de la pirámide se convirtieron en una cascada que encauzaba el agua por los corredores convirtiéndolos en río. La parafernalia de los truenos hacía retumbar la entera Ciudadela. El conjunto monumental, que aparecía anodino momentos antes desde la cumbre bañado por una luz plana impersonal, se llenó de resonancias de luces y de cosa extraordinaria. Protegidos bajo dos paraguas contemplamos cómo la tromba de agua se derramaba como un ancho arroyo sobre la explanada central. Con mucho trabajo logramos sacar la máquina; indios y vendedores desprevenidos aguantaban el temporal junto a los sus cestos de souvenirs; la mayoría de los turistas corrían estoicamente bajo la lluvia torrencial, desprovistos de la necesidad de guarecerse de la lluvia porque ellos mismos eran ya un puro charco. Los colores, el enorme lago formado, los sombreros de paja iluminados de lluvia se convirtieron por arte de birlibirloque en materia fotografiable: sombreros, rostros, charcos, el amarillo real de los plásticos que protegían las imágenes de obsidiana... Las lluvias de la tarde a veces traen estos milagros.



Ciudad de Méjico

Una novela bien escrita eleva las razones de la vida y de los hechos a una categoría “superior”, tinta los actos de una nobleza (en su sentido de razón más consistente, más profunda. Nobleza en su acepción estética, no ética) y de un sentido que para sí quisiera la vida cotidiana. Todo allí parece atado y bien atado, todo tiene significado relevante, sea para bien o para mal. Cuando uno observa el decurso de la propia historia, fragmentos de ella quiero decir, quisiera elevarlos a estas instancias también, imagina que efectivamente la historia diaria debe tener una explicación, una concatenación, una profundidad que raramente el individuo llega siquiera a sopesar. O el novelista extrapola —que no creo— y nosotros podemos imaginar que nuestras vidas son menos interesantes, mucho más prosaicas; o, por el contrario, lo que sucede en que nosotros no sabemos (yo no sé) hincarle el diente a nuestra propia historia y trivializamos en torno a ella, farfullando pensamientos chicos y análisis que con frecuencia percibo cercanos a lo trivial.

Respecto a lo que me interesa, las razones de mis personajes (y en este caso no se trata de personajes de novela sino tú, yo, mis hijos, la gente que conozco) son primordiales, pero cuando me acerco a ellas, intentándole ver por dentro desde cerca me parece que carecieran de la gracia pasional, emocional que debería vestir una narración; intuyo que parte importante del contenido de sus almas se me pierde por el camino.

Estoy en una especie de patio en un cuarto piso con una bóveda cubierta por placas de metacrilato. Hace rato volvió a desplomarse el cielo sobre la ciudad y el techo parecía que se hundía. Quince o veinte minutos capaces de cargarse el inmueble como se descuiden. En poco tiempo esto se llenó de chorritos de agua que salían no de las placas transparentes del metacrilato sino del mismísimo techo. El ruido era tal de no poder oír otra cosa que no fuera la tromba de agua sobre la cabeza. En este escenario leía. Me he habituado a este espacio apenas visitado y a él me vengo a escribir mientras hay luz. Se oyen las voces de los clientes del hotel pero no me molestan. Yo, tan pejigueras para los ruidos nocturnos, llego a dormir toda la noche muy dentro del ruido que sube como por una chimenea hasta los ventanales de nuestro balcón.



Taxco

Un tropel de pajarillos se nos cuela por la ventana. Dos camas, tres vigas de color azul cielo, paredes enjalbegadas, una silla de enea y una mesilla, es todo. Miro las vigas mientras Victoria, desde la otra cama, me lee el cuento que me envió Marisa,; su voz se confunde con la de los pájaros.

El otro día, en un museo, en una sala de carácter didáctico se mostraba una pintura de Diego Rivera y, después, para enseñar distintos aspectos, composición, color, puntos de atención, etc., había un dispositivo que deslizaba sobre el cuadro un lienzo transparente en donde se resaltaban algunos aspectos relevantes de la pintura que un neófito no podía ver. Era como ir descubriendo el alma, las distintas almas del cuadro, mostrando en transparencia sus características más notables. Al final se obtenía una visión de conjunto que nos acercaba a una mayor comprensión del mismo. Algo así debe suceder con la percepción que tenemos de los otros.