Viajamos por Nicaragua, no debe de quedar mucho para llegar a Managua, desfila ante nosotros un país verde lleno de hondonadas y largos valles; de vez en cuando se ven bandadas de garzas, los poblados pequeños se suceden, llevamos ocho horas de viaje, es agradable alternar la lectura, la escritura, comer algo, dormir un rato dejando a los ojos cerrarse frente al paisaje que pasa. La blandura del contacto de las teclas del portátil es ideal, y mirar fuera mientras los dedos siguen su trabajo en el teclado un lujo. Ahora pasamos por un llano pleno de frutales. Hoy, no sé por qué este viaje parece haberme depositado en un mundo nuevo, ¿será que Nicaragua me cae bien, que el sandinismo dejó por aquí otra manera de entender cómo se puede hacer política? No sé, de hecho el paisaje está muy poco poblado, hay una comunicación silenciosa con el mundo que va pasando, incluso con las nubes, un enorme cumulonimbo blanquísimo que asoma la cabeza por detrás de una montaña. El campo y las laderas están cubierto por árboles no muy altos que se alternan con pastos o con algún que otro maizal; siempre atravesamos algún campo de fútbol improvisado, la fiebre del fútbol es universal.
Cuando uno, pensando en América Central, oye hablar de Arundati Roy (un correo de hoy que nos llega de nuestra amiga Gloria), la impresión que le produce por dentro es que este mundo de bestias no tiene solución. Hoy por la mañana leemos en grandes titulares en La Prensa, de Managua, que un reciente presidente (Alemán, se llama) y su familia entera se apañaron (robo sin más) mil millones de córdobas, es decir el equivalente del presupuesto de sanidad de este país. Todos gozan de inmunidad parlamentaria. Inútil en esta tarde de calor sacar conclusiones de ningún tipo, sólo dolor de tripa. Hace un par de años dejé sin concluir un libro que versaba sobre el estado de despilfarro y corrupción en la India, era un libro desalentador. Meses atrás, con la idea de ponerme al día sobre los países de América Central leí a Manuel Leguineche y, confundido por el título: Viajar, con un subtítulo que parodiaba a Lowry, Sobre el volcán, me enfrasqué en una historia de violencia y despropósitos que estaba fuera de mi ánimo lector de aquel momento. Aun así terminé con el libro. Pese a mi instinto, que me hace rehuir la información de lo que pasa regularmente en el mundo, la verdad es que el mazo de la realidad termina por caer en algún momento sobre una conciencia mal preparada para digerir tantos opuestos irreconciliables. Asusta encontrarse con rincones del mundo, husmear la calle al principio de
Tras una larga demora en
Escribía ayer que no se puede hablar sólo del nivel económico. Después nos fuimos al teatro. En la calle no es fácil ver gente que no sea de color, anoche, sin embargo, el 17%, la totalidad de la población criolla, los blancos de aquí, pareció congregarse en pleno, y de gala, para asistir al espectáculo del ballet Bolshói. Con la entrada suministraban una notita indicando muy taxativamente qué se podía o no vestir en tal ocasión. Algo parecido nos sucedió en un espectáculo folklórico en Ciudad de Méjico cuya entrada superaba también los veinte dólares. La cultura y el dinero se reproducen a sí mismos. El trabajo de aprender más sobre esa tendencia generalizada que parece nacida de las manos de un salvaje darwinismo social es difícil. Al hilo del comentario de Gloria, recuerdo haber leído un par de artículos de Arundati Roy relacionados con las maneras en que el dinero se mueve en la India sin parar mientes en arrasar pueblos enteros para obtener pingües beneficios. La canalla internacional es igual en todas partes.
Pero también hay que apuntar otros interrogantes. ¿Por qué estas poblaciones o aquellas viven durante siglos en especiales condiciones desfavorables mientras que otras, más activas, más imaginativas logran encontrar, aun desde una extracción muy baja, el camino hacia una vida mucho más armónica? Hablando en términos generales, ¿habrá en la forma de ser de los pueblos indígenas hábitos, características, que marcan también una continuidad en sus modos de vida? Y pienso en los inuits de Alaska y de las costas del Océano Glaciar Ártico, los mapuches de Argentina, los huiloches de Chile, las gentes del Tibet, los parias de
Y del ballet, todas las alegrías de los encuentros y la elegancia, los sentimientos suscritos unos tras otros por la cristalina continuidad de los movimientos. Dócil el cuerpo en la cresta de una ola, ave gozosa, juegos de agua y aire y música soplada en turbulencias desde el proscenio. Y el círculo brioso y rítmico en un traje de muselina, como potro encabritado retenido por la fuerza y la pasión de la contención, músculos, nervios, juegos. Levedad, alegría, autodominio, ligereza, naturaleza grácil de los cuerpos y las sensaciones.
Y en medio de la oscuridad, dentro de su cono de luz, la emoción manando de la gracia de estar ahí, en medio de un bosque, sentimientos, ternura, tirando del espectador para llevarlo bajo el palio del bosque nocturno, junto a la clapa donde se congregan las aves y el rumor del agua para acoger a la mujer que danza, al hombre que sostiene el cuerpo blanco; el gozo del encuentro aleteando melancólicamente al final de la fiesta de la noche que termina.